Artículo de opinión de Rafael Cid

La crisis existencial que ha estallado en el PSOE tiene dos puntos de ignición: los desastrosos resultados del 25-S y la confirmación de la agenda de Puigdemont para un referéndum soberanista vinculante en 2017. El rejonazo de Felipe González, haciendo pública intempestivamente una conversación privada, ha sido solo la orden de inicio de hostilidades.

La crisis existencial que ha estallado en el PSOE tiene dos puntos de ignición: los desastrosos resultados del 25-S y la confirmación de la agenda de Puigdemont para un referéndum soberanista vinculante en 2017. El rejonazo de Felipe González, haciendo pública intempestivamente una conversación privada, ha sido solo la orden de inicio de hostilidades. Como anticipamos en un reciente artículo (http://www.rojoynegro.info/articulo/ideas/25-s-hasta-aqu%C3%AD-lleg%C3%B3-el-bipartidismo), el resultado electoral en Galiza y Euskadi, sumado a otro parecido en Catalunya en 2015, ha confirmado el paso a la irrelevancia del Partido Socialista en esas Comunidades Históricas. Y como el bipartidismo dinástico es cosa de dos, la postergación del ámbito autonómico de uno de baluartes de la Transición amenaza con poner fecha de caducidad al modelo del Régimen del 78 por su lado más problemático: el de la indivisible unidad de España.

De ahí la artillería utilizada para expulsar a Pedro Sánchez, en la saga de unos manejos despóticos que creíamos superados. Porque la dimisión colectiva de 17 miembros de la Ejecutiva del PSOE con la pretensión de llevarse por delante al secretario general tiene pedigrí. El antecedente más veterano y dramático lleva a Adolfo Suarez. En concreto al momento en que el entonces presidente del gobierno de UCD fue conminado a dejar el cargo a punta de pistola por varios jefes militares tras ser convocado a un despacho con el Rey en Zarzuela. El siguiente episodio tuvo como diana a Josep Borrell, vencedor en unas primarias como candidato electoral frente al entonces líder del partido Joaquín Almunia. Un oportuno reportaje de “periodismo de investigación” publicado por El País, sacando los trapos sucios de algunos antiguos subordinados del ex ministro de Hacienda, acabó con una carrera que no era del agrado de los dinosauros del PSOE. E incluso ha habido un último caso en el que el mismo Sánchez actuó de brazo ejecutor. Fue cuando fulminó al secretario general de los socialistas madrileños para poner en su lugar a Ángel Gabilondo con el fin de ganarse las simpatías del núcleo duro de Ferraz. Entonces el diario que preside Juan Luis Cebrián fidelizó la operación publicando al día siguiente un sondeo exprés de Metroscopía donde se decía que la mayoría de los afiliados aplaudían la defenestración. Por cierto, Tomás Gómez, el líder de la FSM, había sido elegido por las bases, igual que Sánchez.

Por tanto, las “razones de Estado” y las “razones de partido” cabalgan juntas. Lo que ocurre es que la cosa se pone tenebrosa cuando, como ahora, los notables de un partido se echan al monte porque, a su entender, el líder máximo antepone sus intereses a los del país. Entonces no se hacen prisioneros. Los 17 del plantón estaban tan convencidos de su cruzada que ni siquiera se molestaron en leer con detenimiento el artículo 36, punto o, de los Estatutos en que basaron su desbandada. Creían que la salida llevaría de inmediato a designar una gestora que desalojara al secretario general y a su equipo. Era lo que se había hecho en otras ocasiones. Pero la costumbre no es fuente de derecho cuando el precepto invocado ha sido flagrantemente tergiversado. Lo que sostiene la norma, por el contrario, es que ante esa eventualidad tiene que reunirse el Comité Federal para convocar un Congreso Extraordinario que reponga una nueva Ejecutiva. Lo de la gestora está previsto solo para las federaciones regionales, como ha ocurrido en Galiza.

Con ello, “los críticos” se han propasado en sus prerrogativas y ahora existe un conflicto de identidades que puede acabar en los tribunales. Aunque no es esa la única baza para la continuidad de Sánchez. A su favor también juega haber sido fiel al mandato adoptado por el Comité Federal, por unanimidad, de no favoreceré un gobierno del Partido Popular, y haber recibido el cargo de secretario general en las únicas primarias celebradas por el PSOE en su historia. Con esos avales, la pugna muestra un debate de calado ideológico que trasciende de lo que en un primer momento podría haberse visto como una riña de familia. Así, por un lado estarían los que asistidos del principio democrático opinan que la supervivencia del Partido Socialista pasa por girar a la izquierda, dando por amortizadas algunas líneas rojas de la Transición, y de otro, aquellos que han dispuesto el asalto a Ferraz por estimar que ese ciclo aún tiene recorrido y que el reformismo sin controlar los resortes del poder puede suponer su definitiva pasokización. La vieja y la nueva política.

Acabe en fiesta o en zapatiesta, lo evidente es que el PSOE empieza a tener más pasado que futuro. También que si hay nuevas elecciones, el PP volverá a ganar de calle, recogiendo muchos votos de arrepentidos Ciudadanos, y que Podemos puede conseguir el sorpasso a nivel estatal que ya se ha cobrado en Galiza y Euskadi. Sin descartar que de triunfar el golpe de mano la abstención socialista corone de nuevo a Rajoy. Entonces, a la escasa legitimidad de ejercicio actual, el PP sumaria otra parecida ilegitimidad de origen. Fuego amigo a diestra y siniestra.

Y si antes de disolverse las Cortes, el 31 de octubre, el Rey Felipe VI llama a Rajoy para un nuevo intento de investidura, estaremos otro 23-F pero sin Tejero. Porque significará que los conjurados proyectan la abstención “sobrevenida” (como el que no quiere la cosa) de la parte rebelde del grupo parlamentario socialista para rematar la faena, que es el foro donde empezó “el alzamiento”. El plan de acoso y derribo a Sánchez ha estado tan planificado que contó con el apagón informativo ex ante y ex post de medios y tertulianos (en 1981 se copó RTVE). Hasta el extremo de que el secretario general del PSOE tuvo que recurrir a un portal digital para hacerse oír.

Rafael Cid

 


Fuente: Rafael Cid