Rafael Cid
Aunque finalmente la chistera de la emigración arrojara un representante más para el Partido Popular, su descenso electoral (4 escaños y un 6 por ciento de votos a día de hoy), el tardofraguismo acecha. Perder por puntos en Galicia no representa un simple traspiés para el Partido Popular. Retener in extremis - o perder- la primogenitura de la Xunta ostentada durante 16 años por esa suerte de licántropo hobbesiano que es Don Manuel significa, por el contrario, que Fraga naufraga. Con los escasos resultados obtenidos en los comicios gallegos del pasado 19 de junio, el PP no sólo apunta la tendencia del licenciamiento del de Vilalba como mascaron de proa en su feudo. Además abre la espita de la lucha canibal entre los caciques conservadores que históricamente lo han explotado, mientras condena al delfín Mariano Rajoy, convertido ya en atrabiliario halcón para no perder posiciones en la almoneda de Génova13, a cargar con el fardo de las marchas y contramarchas tridentinas que promueve el núcleo duro del rouco-aznarismo. Cruzada esta que, por los demás, ha convertido al hasta hace poco primer partido de la oposición en un difuso, confuso, estrafalario e iluso nuevo movimiento nacional de tercera regional.
Rafael Cid

Aunque finalmente la chistera de la emigración arrojara un representante más para el Partido Popular, su descenso electoral (4 escaños y un 6 por ciento de votos a día de hoy), el tardofraguismo acecha. Perder por puntos en Galicia no representa un simple traspiés para el Partido Popular. Retener in extremis – o perder- la primogenitura de la Xunta ostentada durante 16 años por esa suerte de licántropo hobbesiano que es Don Manuel significa, por el contrario, que Fraga naufraga. Con los escasos resultados obtenidos en los comicios gallegos del pasado 19 de junio, el PP no sólo apunta la tendencia del licenciamiento del de Vilalba como mascaron de proa en su feudo. Además abre la espita de la lucha canibal entre los caciques conservadores que históricamente lo han explotado, mientras condena al delfín Mariano Rajoy, convertido ya en atrabiliario halcón para no perder posiciones en la almoneda de Génova13, a cargar con el fardo de las marchas y contramarchas tridentinas que promueve el núcleo duro del rouco-aznarismo. Cruzada esta que, por los demás, ha convertido al hasta hace poco primer partido de la oposición en un difuso, confuso, estrafalario e iluso nuevo movimiento nacional de tercera regional.

Todo esto, por contra dibuja un novedoso panorama político donde el PSOE, por primera vez desde la transición, metaboliza en la cada vez más cercana alianza con los nacionalismos históricos su modelo básico de gobernabilidad. El nuevo paradigma que se perfila a medio plazo supone la confirmación de una pluralidad trabajosamente centrifugada frente a la franquista y artificial unidad de los hombres y las tierras de España, horma sobre la que se basó el atado y bien atado consenso. A su modo, el resultado de los comicios gallegos, con una pérdida significativa de escaños para el PP, reproduce el modelo de relación de fuerzas de las pasadas elecciones en Euskadi con todo lo que conlleva a diestra y siniestra.

¿Cómo ha sido posible esta lenta pero inflexible merma del Partido Popular en aquella finistérrica y clientelista Comunidad ? Fundamentalmente por dos impulsos. De un lado, por el cambio de clima de opinión operado entre un pequeño sector de la burguesía gallega conmovida por la afrenta identitaria del desastre del Prestige, gestionado desde las alturas con obscena prepotencia y faraónica incompetencia. Y de otro, por el tímido efecto mariposa que en la misma dirección supusieron las numerosas movilizaciones y protestas ciudadanas, espoleadas por el eco de colectivos como Burla Negra y el carisma social de obras como “Los lunes al sol” o “Mar adentro”, que tuvieron la virtud de destapar el sinsentido y la desfachatez de la gerontocracia fraguista y sus compadres. Con el importantísimo añadido de que el implacable desalojo del PP del Poder el 14-M inoculó en la cultura más oriunda claves para otras expectativas, auspiciando un interesado tropismo hacia el “carro del vencedor” socialista.

En este análisis cabría también destacar que el cambio de signo político que se apunta ha sido – como el “no” a la Constitución de la UE- a pesar de la venal contumacia de muchos medios de comunicación para maquillar la realidad de la “Galicia de Fraga”. Dando un ejemplo más de su mercenaria predisposición respecto al poder, esos mass-media gallegos -cuyo última hazaña consistió en su generalizada y multimillonaria “contratación” para autobombo de la Xunta de una costosa campaña publicitaria con dinero público- fueron incapaces esta vez de taponar el butrón de realismo aventado por el boca-oído de cuantos, en el cuerpo a cuerpo sin intermediarios, porfiaban la verdad oficial denunciando el esperpento del proyecto liderado por el frankensteiniano inquilino del Palacio de Raxoi. Un fósil político del que no conviene olvidar que aúna la inefable dualidad de haber secundado fusilamientos y garrotes vil como miembro de distintos gobiernos de Franco y dos pasos más acá abanderar la democracia en su calidad de padre de la actual constitución. El nazi Hermann Góring también ocupó en 1932 la presidencia del Reichstag en la Republica de Weimar ataviado con uniforme de las SA.

Por otro lado, la manifestación contra los matrimonios del mismo sexo demuestra la terca actualidad de las dos Españas que el tardofraguismo visualiza en Galicia. Algo lógico, por otra parte, en una sociedad que siempre ha estado sometida al Trono, la Milicia y el Altar. Un contubernio de intereses, en el que las clases dominantes han sido incapaces de propiciar una revolución industrial, y que la única vez que, en 1931, un sector ilustrado de aquella burguesía pretendió avanzar por el camino de la democracia se vio frente a un cuartelazo bendecido por la Iglesia. Choca, sin embargo, que la excusa utilizada para basar la protesta sea la de no aplicar el término matrimonio más que a la unión fecundativa de un hombre y una mujer, única pareja que puede procrear.

Es un absurdo nominalismo de los que han hecho del absurdo su mayestático nominalismo. De los que se reclaman de una fe que arranca de una “sagrada familia” donde la mujer-madre sólo existe virtualmente por ser virgen (sin pecado concebido). De una práctica religiosa profundamente misógina que excluye al cincuenta por ciento de la población de su proyecto. Y de unos eclesiásticos a los que se les suele llamar coloquialmente “padres” cuando son célibes con voto de castidad, pero a quienes sin embargo se confía la educación de los niños, a pesar de ser la institución con mayor índice de pederastas del mundo. Asombra la fuerza de esa ignorancia (“una manía metafísica de carácter privado que habita en los cerebros de los no ilustrados”, opinaba Federico Guillermo II de Prusia). Pero asombra aún más esa extraña tradición de los ministros socialistas de jurar o prometer su cargo como representantes del pueblo ante un crucifijo y una Biblia junto al ejemplar de la Constitución. ¿Será que desde el principio se quieren hacer perdonar la osadía de decirse de izquierdas ? Habrá que ver si ahora, con el mapa político tanteando un esquema de gobernabilidad que pivotaría sobre el “revolucionario” acuerdo entre el PSOE y los nacionalismos históricos ; los Estatutos de Autonomía en clave federalista ; ETA en horas bajas y el abertzalismo bulliendo, y el nacionalcatolicismo alzado en su caverna a 2000 años luz, finalmente, el país recupera aquel republicano modelo de progreso, libertad, cultura y solidaridad que el dictak de la transición intentó frustrar para nunca máis.


Fuente: Rafael Cid | red-libertaria.net