La crisis del coronavirus ha impuesto el teletrabajo entre un sector de la clase trabajadora.

Administraciones y entidades privadas han aprovechado que la situación de emergencia ha reducido la capacidad de presión y negociación de la clase trabajadora para implantar el teletrabajo con una merma de los derechos laborales. En el sector de la docencia estas transformaciones están siendo generalizadas. El discurso oficial presenta el teletrabajo como una adaptación necesaria a los requerimientos de la crisis sanitaria, a la vez que alienta un discurso social en el que se asocia la digitalización del trabajo a la modernización de la estructura productiva.

Administraciones y entidades privadas han aprovechado que la situación de emergencia ha reducido la capacidad de presión y negociación de la clase trabajadora para implantar el teletrabajo con una merma de los derechos laborales. En el sector de la docencia estas transformaciones están siendo generalizadas. El discurso oficial presenta el teletrabajo como una adaptación necesaria a los requerimientos de la crisis sanitaria, a la vez que alienta un discurso social en el que se asocia la digitalización del trabajo a la modernización de la estructura productiva. De hecho, en muchos casos la enseñanza telemática se plantea como una propuesta de futuro que sustituye total o parcialmente a la presencial. Desde la coordinadora de investigación y universidades de CGT queremos cuestionar las consecuencias que para estudiantes y profesorado está teniendo la implementación de ese modelo, particularmente en el ámbito de la universidad.

En primer lugar, el actual modelo de enseñanza a distancia reduce el aprendizaje a la transmisión de conocimientos, obviando múltiples aspectos cognitivos y relacionales que confluyen en la experiencia formativa. La educación supone también la construcción de una comunidad interactiva y afectiva sin la cual es imposible comprender el proceso pedagógico. Frente a las clases presenciales, caracterizadas por la abundancia de información visual, auditiva y gestual proveniente del alumnado, las clases virtuales no generan ninguna de estas informaciones. Es muy complicado dirigirse a un alumno en particular, así como comprobar si las ideas han sido comprendidas. Se habla en un espacio casi sin retroalimentación, para una pantalla que actúa como un muro opaco.

La teledocencia atomiza la comunidad educativa, ahonda en la desigualdad y promueve la competitividad entre los y las estudiantes. Por un lado, se diluyen las dinámicas de aprendizaje colectivo que se generan en el aula a pesar de los problemas implicados por las ratios excesivas. Por otro, parte del alumnado corre el riesgo por quedar atrás por las dificultades para acceder a las tecnologías y los recursos materiales requeridos por la digitalización doméstica de la enseñanza .

El modelo actual de teledocencia ahonda en el proceso de precarización de las condiciones de trabajo que el profesorado lleva años sufriendo. En lo más inmediato, los profesores deben asumir unos gastos (internet, luz, calefacción, etc.) que hasta ahora asumía la administración. Además, se ha producido una desregulación de los horarios laborales y una extensión de la jornada laboral que hacen la conciliación imposible. El profesorado se ha visto sometido a un doble régimen de confinamiento: el que aconseja u obliga a permanecer en casa y el que exige encadenarse al ordenador para realizar un trabajo intensificado, con consecuencias psicológicas añadidas derivadas de la sobre-exposición a las pantallas.

La docencia a distancia, además, está sirviendo como excusa adicional para adelgazar las plantillas -ya sumamente mermadas y precarizadas- del profesorado universitario y perjudicar las condiciones en que imparte sus conocimientos. La teledocencia hace desaparecer la limitación en el número de alumnos impuesta por el tamaño de las aulas y permite aumentar las ratios en las clases teóricas hasta niveles que antes no se contemplaban antes. La modalidad híbrida de docencia (presencial/ telemática) puede, además, crear un vacío interpretativo respecto a cómo contabilizar las horas de trabajo impartidas virtualmente: ¿tendrá estas horas el mismo valor que las presenciales?, ¿cómo se ajustará la plantilla a esta nueva realidad virtual de la universidad?, ¿cómo se determinará el tamaño de los grupos?, ¿se tendrá para ello en cuenta no sobrecargar aún más de trabajo al profesorado?

Frente a esta situación, la capacidad de respuesta de los/as trabajadores/as y del alumnado se ve igualmente mermada. La conectividad digital genera una ilusión de hiperconexión e incluso de realidad aumentada que, sin embargo, dificulta las formas de asociación y de organización sobre el terreno. Esto impide a trabajadores/ as y estudiantes luchar de modo más efectivo por sus derechos. Como comentábamos a propósito de la relación entre docencia y comunidad educativa, la presencialidad implicada por compartir espacios de trabajo resulta irremplazable a la hora de constituir los vínculos políticos y afectivos que requieren estas luchas.

Finalmente, el teletrabajo integra lo que algunas voces han denominado como la doctrina del shock digital asociada a las soluciones que se están planteando frente a las consecuencias de la pandemia. La virtualización de la docencia favorece la acumulación de datos por los grandes monopolios del capitalismo informacional (Microsoft, Google, etc), que se apropian de modo gratuito de nuestro trabajo. Además, desvía recursos desde las universidades públicas a las corporaciones capitalistas mediante la contratación de servidores y programas de pago, que dificultan la implantación y el uso de software libre.

Frente a todas estas críticas, las universidades y las administraciones públicas no están aportando informaciones claras y soluciones razonables, sino improvisación y planteamientos poco maduros que abren una serie de interrogantes preocupantes. Necesitamos activar un debate entre la comunidad educativa sobre estos problemas educativos y laborales, que transforme en demandas concretas la conciencia, bastante difundida entre el profesorado, de que la teledocencia ha supuesto una intensificación del trabajo. La docencia virtual no trae un escenario paradisiaco para la reflexión y el pensamiento, sino para el sobretrabajo, la autoexplotación y la invasión del ámbito de la vida cotidiana. Desde la coordinadora de investigación y universidades de CGT, queremos hacer llegar a la comunidad universitaria y a sus trabajadores nuestra preocupación por los efectos negativos que ya se están verificando y difundir la necesidad de analizarlos pormenorizadamente. Se trata de evitar que esta situación sobrevenida redunde en la precarización de las condiciones materiales en que se ejerce la docencia universitaria, con los perjuicios para estudiantes y profesores que denunciamos en este comunicado.

Coordinadora Estatal de Investigación y Universidades de la CGT

cgt_investigacion_universidades@riseup.net


Fuente: Coordinadora Estatal de Investigación y Universidades de la CGT