Miguel Ángel, un afiliado de CGT que trabaja en Etiopía desarrollando un proyecto contra el hambre, nos describe unos hechos desgarradores sucedidos en las inundaciones de la semana pasada.

Miguel Ángel, un afiliado de CGT que trabaja en Etiopía desarrollando un proyecto contra el hambre, nos describe unos hechos desgarradores sucedidos en las inundaciones de la semana pasada.

Se nos ha ahogado Ashebir en el río Awash. Hace un par de semanas se derrumbó el puente que comunicaba Detbahari con Dubai debido a la erosión que provocó la lluvia en una de las orillas donde este se apoyaba, y quedaron aislados Ashebir junto con tres compañeros más : Kasaun, Mola y Ahmed. Los cuatro trabajaban en la excavación de un pozo en Andeleburi.

Después de casi dos semanas aislados y ante la inminente llegada del fin de año etíope (11 de septiembre), el pasado jueves día 8 todos decidieron regresar para pasar esas fechas con sus familias. Kasaun pasó en una especie de balsa hecha con barriles, Mola pagó a unos nadadores Afar para que lo pasaran en volandas. Es increíble la fuerza y destreza de estos nadadores Afar, que sacan medio cuerpo del agua y más parece que caminan sobre las manos encima del agua. Entre tres o cuatro pasan personas, enseres y cabras colocándolas entre ellos y soportadas por 4 bidones de 25 litros. Ahmed es Afar y tiene familia en la zona, por lo que decidió quedarse en Detbahari. Ashebir era el único que sabía nadar y decidió cruzar el río nadando sin ningún tipo de ayuda ni elemento de seguridad. La temeridad le costó la vida.

Tras dos semanas aislado, Ahmed salió de la zona en un helicóptero que el gobierno por fin se decidió a mandar. Muchas personas se han ahogado en estas fechas intentando cruzar el río. Entre el día que se ahogó Ashebir y el día anterior al menos murieron 6 personas. Algunos dicen que el gobierno no ha hecho nada antes porque la gente de Detbahari son, en su mayoría, highlanders y votantes de la oposición. Yo creo que a esto hay que sumarle mucha incompetencia y mucha indiferencia. Aún quedan 9.000 personas aisladas con gran escasez de alimentos y no hay expectativas de pronta solución.

Ashebir era el jefe de los albañiles, una persona de unos 30 años siempre sonriente y bastante juerguista. Era amante de la cerveza y el Chat, así le conocí. Antes debía haber sido más serio, pero la mala suerte se había cebado con él. En la época en la que yo llegué a Etiopía se le murieron la mujer y el hijo. Este fuerte varapalo seguramente le lanzó a una vida más disipada.

Fuerte y diestro en muchas cosas, yo le apreciaba porque me identificaba plenamente con su forma de ver la vida, con ese pasar sin pedir permiso, sin temores, ignorante del peligro aunque supiera que le rondaba, jugando fuerte para sentirse vivo. Es preferible morir en ese juego que vivir enterrado en una vida de seguridades y sinsabores. Siempre estaba acompañado de bellas mujeres, con las que tenía una buena sintonía. Su simpatía y amabilidad hacían que nunca faltaran a su alrededor. El día siguiente a su desaparición, cuando fui a su casa, muchas de ellas, vestidas de blanco lloraban, gritaban y brincaban de desesperación junto a su madre.

En países como Etiopía es muy fácil morir y difícil sobrevivir. La esperanza media de vida no llega a los 50 años. Los escasos viejos pueden confesar que han sobrevivido. El cuerpo de Ashebir no ha aparecido todavía y han llamado a un santón de Kombolcha para que lo desprenda de las manos del diablo porque los nadadores, como son musulmanes, no pueden hacer nada.


Fuente: Miguel Ángel es un afiliado de CGT que desarrolla en Etiopía un programa contra el hambre.