Ponencia presentada por el profesor Tomás Ibáñez en el Acto de clausura de 100 años de Anarcosindicalismo, organizado por la CGT y la Fundación Salvador Seguí en el Museo del Mar de Barcelona el 17 de diciembre de 2010.

"… hay una característica fundamental del anarcosindicalismo, hay una constante que corre a través de todo su ser, y esta no es otra que su naturaleza mestiza, su heterogeneidad constitutiva, su formación a través de múltiples hibridaciones."

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Apuntes sobre el pensamiento anarcosindicalista.

Tomás Ibáñez. Barcelona 17 de Diciembre 2010

¡ 1910… ! Es cierto que, a finales de aquel año 1910, el segundo congreso de Solidaridad Obrera, reunido en el Palacio de Bellas Artes de Barcelona acordó crear una organización de ámbito nacional.


Apuntes sobre el pensamiento anarcosindicalista.

Tomás Ibáñez. Barcelona 17 de Diciembre 2010

¡ 1910… ! Es cierto que, a finales de aquel año 1910, el segundo congreso de Solidaridad Obrera, reunido en el Palacio de Bellas Artes de Barcelona acordó crear una organización de ámbito nacional.

Una historia que se mantiene viva, como lo demuestra el simple hecho de que seamos miles y miles de compañeras y de compañeros quienes, en Catalunya y à través de toda la geografía española, estemos comprometidos con darle continuidad.

Es toda esa historia, llena de furor y de ruido, claro, pero rebosante también de dulzura y de solidaridad, la que constituye un fenómeno social de primerísima magnitud, una epopeya proletaria que sacudió ayer los cimientos de la sociedad burguesa, y que se rebela, hoy contra los intentos de desvirtuarla, y de sepultarla en las fosas del olvido.

El único homenaje que se sitúa a la altura del legado que hemos recibido, y el único que, probablemente, aceptarían los propios protagonistas de esa historia, consiste en que sepamos trasladar al presente aquello que dignificó al pasado, dándole vida, aquí y ahora, en las luchas y en los anhelos de nuestro tiempo.

De lo que se trata es de captar lo que hizo su fuerza y su originalidad, de evidenciar los rasgos básicos de sus prácticas y de su pensamiento para plasmarlos en unas herramientas que nos permitan labrar eficazmente el presente.

Pues bien, a mi entender, hay una característica fundamental del anarcosindicalismo, hay una constante que corre a través de todo su ser, y esta no es otra que su naturaleza mestiza, su heterogeneidad constitutiva, su formación a través de múltiples hibridaciones.

En efecto, el anarcosindicalismo y su pensamiento se sitúan de lleno bajo el signo de la hibridación. Fue quizás ese mestizaje congénito el que le inyectó su incuestionable vigor, preservándolo de la fragilidad que suele acompañar casi siempre la pureza.

A título de ejemplo, me detendré sobre cuatro de esas hibridaciones constitutivas.

Fue, literalmente, pensamiento-acción. Fue el producto de una hibridación entre la reflexión y la lucha, fue su punto de unión, su entronque, tan distante de la mera especulación como de la práctica ciega.

Esto significa, por una parte, que se trata de un pensamiento que es intrínsecamente evolutivo, puesto que se constituye, permanentemente, en el seno de unas condiciones sociales que son, ellas mismas, cambiantes. Cambiantes por la propia capacidad evolutiva interna que ha demostrado tener el capitalismo, mal que nos pese, y también por los cambios que las luchas obreras imponen al capitalismo.

Por otra parte, como las luchas de las que toma sus señas de identidad el pensamiento anarcosindicalista son, claro está, luchas colectivas, esto significa que se trata también de un pensamiento que es colectivo en su propia naturaleza. Un pensamiento que se elabora en común, desde abajo, y que toma buena parte de sus elementos constitutivos a partir de los debates en las asambleas de los sindicatos.

Pensamiento-acción, pensamiento-lucha, fue esa primera hibridación la que hizo que el pensamiento anarcosindicalista conectase tan directamente con la realidad sobre la que pretendía incidir, y que fuese un pensamiento a la vez evolutivo y colectivo.

Un sindicalismo revolucionario articulado en Francia por libertarios como Emile Pouget y Pierre Monatte, impulsores en 1906 de la famosa Carta de Amiens. Y un pensamiento anarquista elaborado, después de Bakunin, por los Eliseo Reclus, Kropotkin, Errico Malatesta y tantos otros.

El pensamiento anarcosindicalista bebió simultáneamente del anarquismo y del sindicalismo revolucionario, entremezclándolos en una formulación original que, como bien sabemos, no estuvo exenta de fuertes tensiones entre las dos fuentes constitutivas.

Fue así como se recogió del sindicalismo revolucionario, el énfasis sobre la huelga general expropiadora, sobre la acción directa de las masas, o sobre la necesaria independencia del sindicalismo respecto de los partidos políticos.

Pero, sobre todo, se recogió la idea de que el sindicalismo, incluso revolucionario, insisto : incluso revolucionario, no era autosuficiente, no podía bastarse a sí mismo, sino que tenía que incorporar unas finalidades que indicasen muy claramente hacia qué tipo de revolución social, y hacia qué modelo de sociedad se pretendía caminar.

Por una parte, la continua atención prestada al presente, es decir a la explotación y a las luchas en cada momento. Y, por otra parte, la permanente preocupación por dotar la acción sindical con una finalidad capaz de trascender el presente y de proyectar hacia el futuro la cotidianidad de las luchas.

La hibridación que se produjo entre, por una parte, la voluntad de resistencia, la lucha contra las condiciones que imponía la patronal, y, por otra parte, la voluntad constructiva, es decir, la preocupación por crear, en el seno mismo de la sociedad que se combatía, unas formas de vida alternativas, unos espacios de convivencia donde prevalecieran unas prácticas, unas relaciones, y unos valores radicalmente diferentes de los establecidos.

Era preciso cultivarse, no solo por el placer de ensanchar los propios horizontes, sino para transformarse a uno mismo, y para devenir el tipo de persona que sería capaz de vivir mañana en una sociedad sin dominación.

4— La última hibridación que mencionaré fue la que consistió en entrelazar, de forma indisoluble, la defensa sindical de los intereses de clase más inmediatos, con la acción social que apuntaba hacia el conjunto de los problemas sociales más acuciantes.

Bueno, creo que lo que he mencionado hasta aquí, repasando, muy por encima, esas cuatro hibridaciones fundacionales, basta para intuir cuál fue la riqueza y la originalidad del movimiento anarcosindicalista y de su pensamiento.

Por supuesto, está claro que, hoy, la explotación y la dominación permanecen brutalmente vigentes y continúan haciendo tales estragos que la voluntad de enfrentarlas de forma radical, sigue siendo absolutamente irrenunciable.

Nuevas ataduras, materiales y mentales, construidas por la sociedad del consumo y de la comunicación, penetración de la lógica del mercado en todos los entresijos de la vida, fragmentación y dispersión de las unidades de producción, enorme heterogeneidad de las situaciones laborales, precarización de la existencia laboral y de la existencia a secas, dispositivos de individualización que rompen el sentido de lo común y que disuelven la idea misma de lo colectivo.

No es este el momento para desmenuzar las coordenadas de la sociedad contemporánea, pero es obvio que esas nuevas coordenadas exigen que se renueven profundamente las formas y los contenidos de la acción y del pensamiento anarcosindicalista.

La primera de las hibridaciones que he mencionado al principio, viene dada por defecto.

Viene dada por defecto, porque hay una constante que vale tanto para el presente como para el pasado, y es que las luchas siempre, siempre, nacen desde dentro de las formas concretas de la explotación y de la dominación. La resistencia y la subversión inventan sus planteamientos y sus instrumentos como respuesta antagónica a esas formas concretas de dominación, y lo hacen en el transcurso mismo de las luchas contra ellas.

¿La condición ? La condición pasa, claro está, por el hecho de que nos involucremos en las luchas del presente, en todas las luchas, y no solo, aunque también y sobre todo, en las que se dan en el ámbito laboral.

Pero para que esto ocurra será preciso re-significar muchos conceptos, empezando por el imprescindible, a la vez que trasnochado, concepto de “revolución”, habrá que volver a llenar las palabras con unos contenidos que sean capaces de conectar con las sensibilidades actuales.

Más allá de una, ya existente y muy loable, presencia confederal en los movimientos sociales y en las movilizaciones sociales, lo que se requiere es una osmosis, una incorporación más plena de la conflictividad social en las estructuras mismas de la organización y en el nervio del pensamiento anarcosindicalista.

Habrá que pensar, por ejemplo, si no sería posible idear una nueva estructura donde, lo sindical y lo social pudieran fundirse en una misma entidad orgánica.

Y si esa indispensable renovación se produce efectivamente, entonces, pero solo entonces, tendremos compañeras y compañeros, fundadas razones, buenas razones, para confiar en que el anarcosindicalismo seguirá constituyendo, como ya lo hizo en el pasado, un desafío, un desafío de primer orden y un problema muy serio para los poderes económicos y políticos establecidos.

Tomás Ibáñez