La muerte de un joven en un furgón de la Policía francesa enfurece a los barrios populares de París
Lamine Dieng es el cadáver del que nunca hablará Nicolas Sarkozy. El presidente que sabe encandilar a derecha y centroizquierda hablando de bandas de jóvenes, tildándolas de “chusma”, afirmando que hay que “limpiar con desinfectante” los barrios populares y prometiendo severidad, es mucho menos propenso a hablar de los casos en que un joven muere cuando está en poder de la Policía.
La muerte de un joven en un furgón de la Policía francesa enfurece a los barrios populares de París

Lamine Dieng es el cadáver del que nunca hablará Nicolas Sarkozy. El presidente que sabe encandilar a derecha y centroizquierda hablando de bandas de jóvenes, tildándolas de “chusma”, afirmando que hay que “limpiar con desinfectante” los barrios populares y prometiendo severidad, es mucho menos propenso a hablar de los casos en que un joven muere cuando está en poder de la Policía.

Eso es lo que le ocurrió a este joven francés de origen senegalés y conocido en los barrios populares parisinos de Belleville y Ménilmontant, muerto en circunstancias más que sospechosas : el corpulento Lamine Dieng, de 25 años, falleció el 17 de junio aplastado contra el suelo en un furgón de la Policía, tras ser detenido por seis agentes.

La irritación de buena parte de la población de Belleville y Ménilmontant es palpable. En los muros, en las conversaciones. Desde la muerte en detención de Lamine Dieng, los jóvenes black-blanc-beur (negro, blanco y moro) de estos barrios también chinos, vietnamitas, judíos y paquistaníes soportan cada vez menos los controles de identidad crecientes a los que los somete la Policía. Y por el contrario exigen “verdad y justicia para Lamine”, a veces con acciones violentas contra el mobiliario urbano.

Desde finales de agosto, grupos de vecinos que se reúnen en los locales de una asociación, la Federación de Asociaciones de Solidaridad con los Trabajadores Inmigrantes, han organizados “patrullas ciudadanas”. Atraviesan el barrio de punta a punta las noches del viernes y del sábado para garantizar una presencia que evite nuevas bavures (chapuzas) de la Policía, y para proteger de las redadas a los trabajadores extranjeros sin papeles.

También, y sobre todo, para intentar convencer a los jóvenes de no caer en el toma y daca de las provocaciones de algunos policías conocidos como los sarkow-boys.

Riesgo de disturbios

En varias ocasiones, las manifestaciones de primeros de julio –en exigencia de la apertura de una investigación judicial que el Ministerio de Justicia evitaba– estuvieron a punto de degenerar en disturbios.

Lo ocurrido la noche del 17 de junio con Lamine Dieng es uno de esos enrevesados casos con los que cualquiera preferiría no tener que bregar. Según las versiones concordantes recogidas por este periódico, Lamine Dieng estaba con una amiga, una novia o quizá una desconocida en una habitación de un modesto hotel de la rue Bidassoa. Un médico alojado en el hotel llamó por teléfono a la Policía alertando sobre una “disputa conyugal”. La muchacha apareció al mismo tiempo herida en la comisaría del barrio y presentaba efectivamente hematomas y rasguños.

Cuando los policías intervienen, van a la caza de un negro peligroso agresor de género, Lamine, que además tiene un pasado de pequeño delincuente de barriada.

Lo que se encuentran es un joven tirado en la acera, que probablemente había consumido cannabis y cocaína y que nunca llegará a levantarse. Pese a que ya nadie estaba en peligro, ni los policías ni la muchacha, seis agentes optaron por proseguir la rutina de una detención musclée (dura), en lugar de imaginar que lo que tenían entre manos era un joven en peligro de muerte.

Lamine murió en el interior del furgón policial, con varios agentes en el interior del mismo y, según fuentes próximas a la instrucción del caso, placado contra el suelo de la camioneta. Dos agentes más habían llegado al lugar. Tras el fallecimiento, las autoridades dejaron el cuerpo cuatro horas tirado en la calzada de la rue Bidassoa, en el barrio de Ménilmontant. Luego, tardaron 36 horas en comunicar con la familia y bastantes días más, en autorizarla a ver el cuerpo, tras la primera autopsia.

Lo realmente increíble es que en ningún momento el Ministerio de Justicia estimó necesario abrir una investigación judicial por la muerte sospechosa. Hubo que esperar a que la familia Dieng presentara, de la mano de su abogado Antoine Ricard, una querella criminal por “no asistencia a persona en peligro” y “golpes mortales”. Presuntamente propinados por los policías.

Presión policial

Las zonas sombrías en este caso son numerosas. Según miembros de las patrullas ciudadanas, que conocen bien el barrio, antes de la apertura de la instrucción judicial varios policías bajo orden directa del parquet (Fiscalía que en Francia recibe instrucciones del ministro de Justicia) pasaron a ver a todos los testigos “diciéndoles cuál era la buena versión de los hechos, la que había que corroborar”.

En suma : les dictaron un testimonio, en lugar de simplemente escuchar lo que tenían que decir. Los agentes también hostigaron a un librero que se había atrevido a colgar un cartel del comité de apoyo a la familia de Lamine Dieng y que recogía testimonios sobre lo ocurrido. Sólo la querella presentada y las manifestaciones de vecinos permitieron la apertura de la instrucción del sumario por un juez independiente. Para el parquet, que se permitió sacar un comunicado oficial, “los primeros elementos conducen a no formular ningún cargo” contra los policías.

Para el juez independiente ahora encargado de la instrucción, no es así : ha aceptado dar curso a la querella y ha ordenado una segunda autopsia, e incluso peritajes de las supuestas pruebas recogidas por la Policía contra el joven. Los primeros resultados de esos exámenes no han permitido cerrar la instrucción del sumario y decir, como dijo el Ministerio, que “no cabe formular ningún cargo” contra los seis policías.

Nueva investigación

Al contrario, fuentes conocedoras del expediente indicaron a Público que “los elementos recogidos contradicen la versión inicial del Ministerio” y obligan a proseguir la instrucción. La diputada socialista George Pau-Langevin y la senadora comunista Nicole Borvo Cohen-Seat han recurrido ante la Comisión Nacional de Deontología y Seguridad, que recibirá a la familia del joven el próximo 6 de noviembre.

Lamine Dieng, sin duda, no era un angelito. Como la mayoría de los jóvenes de Belleville y Ménilmontant. Pero, como señala el abogado Antoine Ricard, a título de hipótesis y en espera de las consecuencias de la instrucción del sumario, “lo que está en juego aquí es ¿qué hubiera pasado si la misma situación de intervención policial se hubiera producido en un barrio fino y que el individuo en plena sobredosis de cocaína hubiera sido un VIP rubio ? ¿Los policías habrían proseguido con la detención musclée o hubieran llamado a un médico ?”.

Los enfrentamientos entre bandas juveniles que tanto inquietan en los barrios ricos de París y tanto juego dan al Gobierno de Sarkozy no presentan el más mínimo interés en las colinas de Belleville. Izados sobre el murete que, desde este barrio pobre, permite dominar todo París, Torre Eiffel y cúpula de los Inválidos incluida, un grupo de jóvenes aprendices a raperos muestra una total indiferencia a la pregunta de este corresponsal : “¿Peleas entre bandas ? Siempre hay algunos que se ponen nerviosos, y algún imbécil saca una navaja”, dice uno sin dejar de cruzar los brazos.

Cierto es que este país tiene una larga tradición de violencia pandillera de la banlieue. El alcalde del distrito X, Tony Dreyfus, sacó a relucir el hecho de que existen archivos oficiales sobre el tema desde principios del siglo XX.

A finales de los años setenta –cuando Sarkozy era joven–, una canción del hit parade, Quand on arrive en ville (Cuando llegamos a la ciudad), de Daniel Balavoine, gritaba el orgullo de los chicos –entonces en su mayoría blancos– venidos del fondo de la banlieue para aterrorizar en plan de broma a la gente fina en el centro de la ciudad.

Los años ochenta fueros los de los choques entre bandas de banlieue en torno a la Ópera de París. Los noventa vieron el desembarco de las bandas en los Campos Elíseos. Ahora, el Gobierno de Sarkozy, enfrentado a sus primeros fracasos económicos, quiere jugar a fondo la carta del miedo y del populismo penal.

Hartos de la Policía
Pero la tramoya es demasiado visible. París y su región no son lo que fue el Bronx en su día. Aquí no hay enfrentamientos entre jóvenes de diferentes colores. Los excesos de la Policía y del sistema carcelario, por el contrario, sí evolucionan a la americana.

Un anciano de barba blanca, miembro de las patrullas ciudadanas de Belleville y Ménilmontant, resume la situación así : “Los jóvenes están hartos de que la Policía los controle cien mil veces al día. Si al menos ven nuestra patrulla, nosotros, viejos chochos y blancos, pues al menos así verán que estamos de su lado”.

ANTECEDENTES

Cuando las chapuzas policiales caen en fechas señaladas

En 2002, el grupo de rap La Rumeur publica, con su álbum, un pequeño fanzine donde afirma : “Los informes del Ministerio de Interior nunca darán cuenta de los cientos de hermanos nuestros muertos en manos de las fuerzas de Policía, sin que ninguno de los asesinos fuera molestado”. Inmediatamente, el entonces ministro de Interior, Nicolas Sarkozy, presenta una querella por difamación y varios cargos más. El grupo, liderado, entre otros, por un licenciado en Ciencia Políticas, es absuelto.Pese a ello, el parqué insiste y lleva el caso a una jurisdicción suprema, la Corte de Casación, en 2007, con Sarkozy ya en el Elíseo. La frase de La Rumeur es excesiva. No hay cientos de jóvenes muertos a manos de la policía francesa y ello pese a los disturbios de noviembre de 2005. Pero sí es reveladora de una de las peores tradiciones de este país.A cada victoria de la derecha ‘securitaria’ (y no así de la ‘chiraquiana’), una chapuza policial le cuesta la vida a un joven de origen inmigrante. Malik Oussekine, en 1986, y Makomé, en 1994, pagaron ese tributo, como si ciertos policías pusieran a prueba, a cada victoria electoral del miedo, los niveles de impunidad venideros.


Fuente: ANDRÉS PÉREZ/ Publico