Artículo de opinión de Rafael Cid

“La locura es hacer una y otra vez lo mismo

esperando resultados diferentes”

(Albert Einstein)

“La locura es hacer una y otra vez lo mismo

esperando resultados diferentes”

(Albert Einstein)

Si hubiera que hacer un balance de lo sucedido en España desde las elecciones del 20-D al acuerdo del 24-F entre PSOE y Ciudadanos podría afirmarse que su patrón de comportamiento es la mentira como atributo del poder. Anulada la ciudadanía crítica tras la ducha escocesa de esperanzas, frustraciones, ilusiones, espejismos, arrogancias y renuncias a que ha sido sometida, los dirigentes de los partidos políticos vuelven donde solían. Golosinas para los oídos de la  gente con ofertas triple A;  duelos mediáticos de la señorita Pepis; y, una vez con el voto en la urna, cerrojo a las demandas de los representados. El estigma de la corrupción rampante anida en esa burla fundacional rubricada con el ritual de la mafia: “no es nada personal”.

La expresión “un país, dos sistemas” se utiliza para definir la peculiaridad del régimen de la China continental (República Popular China). En ese inmenso país-ballena de más de 1.300 millones de personas, en la actualidad fábrica (el primer exportador) y banquero del mundo (sus reservas en divisas suponen un tercio de las existentes en el planeta), cohabitan un sistema económico de capitalismo salvaje y un sistema político  bajo el panóptico del  Partido Comunista, monolítico e igualmente aberrante.

Sin embargo, esa denominación podría aplicarse a otros países de la órbita occidental devotos de la economía neoliberal y la democracia parlamentaria. Bien mirado, en ellos también funciona una hidra bicéfala de mercados cautivos. Solo que en este caso con un trabazón menos brutal que en Pekín. En estos pagos, la fórmula “un país dos sistemas” se consuma mediante la concentración política y la concentración económica, clave de bóveda del capitalismo a escala global. Un modelo que destruye las sinergias de la política y la economía, entendidas al servicio de las necesidades humanas. Veamos el ejemplo de lo que ocurre en España aquí y ahora.

A nivel doméstico no existe una bolsa a dos velocidades como ocurre en China, donde se estructura un parqué para los nacionales y otro para los extranjeros. Pero los efectos en cuanto a control se refiere son igualmente perversos. El Ibex 35 nacional está dominado por tres o cuatro sectores básicos (bancos, constructoras, petroleras, telecomunicación y poco más), de forma que cuando uno estornuda el resfriado alcanza a todas las empresas cotizadas en el panel. Se podría decir que ejercen una posición dominante, abusiva, que condiciona el alma mater donde confluyen los ahorros de decenas de millones de inversores institucionales y particulares (empresas, familias, fondos, etc.).

En estos precisos momentos esa impronta se está produciendo con toda severidad. Desde primeros de año se ha instalado una tendencia bajista en el Ibex 35 porque la caída del precio del crudo ha arrastrado a la gran banca que tiene en sus balances muchos activos del negocio petrolero. De esta forma, el impacto de un solo factor lastra al resto y convierte el índice bursátil en un misil sin dirección, castigando al conjunto de los valores al margen de su verdadera rentabilidad, y de paso traslada ese riesgo a la economía real. El estrangulamiento de créditos, el desempleo y las rigideces de inversión son algunas de las consecuencias directas de su efecto dominó. Conviene recordar que la reciente Cumbre del Clima celebrada en París no adoptó ninguna medida ejecutiva (por vinculante) para meter mano a los combustibles fósiles. Tan importante señor.

Eso en el lado del sistema productivo medido en su sismógrafo más simbólico. Algo parecido sucede en el mercado de la política, o más propiamente dicho, en el sistema de democracia de partidos, platillo de la balanza que, junto al económico, completan el régimen vigente. En ambos casos la feroz competencia y el beneficio a ultranza ordenan las reglas del juego. Pero en este terreno el control se ejerce a través de la hegemonía de unos pocos y grandes grupos de fachada ideológica. El Ibex 35 de la realpolitik se llama bipartidismo dinástico hegemónico. Eso que en estos momentos está en precario por la irrupción de nuevos concursantes (startups emergentes) en el coto donde hasta hace poco funcionaba un eficaz “númerus clausus”. Oligarquía en lo político y oligarquía en lo económico. La tectónica de placas demuestra que los continentes se desplazan lentamente. Ese es el ADN del modelo que nos somete por nuestro propio bien.

El amancebamiento entre política y economía / economía y política, por contrario a la voluntad general y a los auténticos intereses de la gente, provoca riesgo sistémico. El contexto de la última crisis financiera (introducción, nudo y desenlace) lo demuestra. Con dinero público se rescató a la banca sufragándolo de la devaluación salarial y el recorte del gasto social, supuestamente para evitar daños colaterales (desempleo, parón créditos a Pymes y consumo, quiebras empresariales, etc.). Con dinero, igualmente público, del Banco Central Europeo (BCE) a bajo interés, la banca compró deuda del Estado con ganancia de 3 o 4 puntos diferenciales respecto al precio de préstamo. Con ese cambalache, los gobiernos pasaron a ser rehenes de la banca rescatada con dinero de todos. Y obras son amores. Luego, los partidos políticos cuando llegan al BOE suelen agradecérselo a los bancos que les financian y a menudo condonan sus deudas. La izquierda solo es de izquierdas cuando está en la oposición, porque ningún gobierno escupe donde come.

Hasta el 2012, la Marca España utilizó 88.400 millones de euros para rescatar a los banqueros y a su banca (60.000 en concepto de recapitalización y 28.400 por saneamiento de activos). Fue en la etapa de los gobiernos siameses del PSOE y PP. Hasta la fecha se han recuperado 5.640 millones. Aquella frase de Marx “la bolsa es el lugar donde los capitalistas se roban unos a otros”,  conviene contextualizarla. Porque al final, la bolsa y la deuda, como Hacienda, somos todos, aunque unos más que otros. Votamos una vez cada cuatro años, pero consumimos todos los días.

Hoy ya no se puede hablar del tradicional “vivir para trabajar o trabajar para vivir”. No hay alternativa: tener trabajo no significa ganarse la vida. A partir de ahora cada generación vivirá peor que lo hicieron sus padres y al nacer ya no se vendrá con un pan bajo el brazo sino con una deuda, que será “eterna”. Con ello, el dinero (otro intermediario como el político profesional) alcanza su máxima realización. Entre Dios como “mediador” en el más allá y los mercados en el más acá, de aquí a la eternidad. A las personas del sistema no les queda más experiencia directa que la de su propia muerte, intransferible y agónica por lo demás. Un patrón y dos sistemas insostenibles, contra el ecosistema-holístico de la gente.

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid