Un salto a Melilla antes de que llegue el invierno

Los subsaharianos rondan la frontera cada noche para tratar de entrar en la ciudad
Alfonse logró llegar a España tres veces, pero fue devuelto a Nador. "Eso es lo más duro"

Todas las mañanas Alfonse se despierta con una idea fija : saltar la valla y llegar hasta Melilla. Todas las noches se acerca para ver si hay posibilidades. Las penalidades de sobrevivir en el monte se multiplican en el invierno, por lo que sus esfuerzos y los de sus compañeros se redoblan antes de que lleguen el frío y las lluvias.

Un salto a Melilla antes de que llegue el invierno

Los subsaharianos rondan la frontera cada noche para tratar de entrar en la ciudad

Alfonse logró llegar a España tres veces, pero fue devuelto a Nador. «Eso es lo más duro»

Todas las mañanas Alfonse se despierta con una idea fija : saltar la valla y llegar hasta Melilla. Todas las noches se acerca para ver si hay posibilidades. Las penalidades de sobrevivir en el monte se multiplican en el invierno, por lo que sus esfuerzos y los de sus compañeros se redoblan antes de que lleguen el frío y las lluvias.

En los dos años y medio que lleva esperando en los montes de la provincia de Nador, Alfonse ha conseguido llegar al otro lado de la doble verja tres veces. Las tres fue capturado y devuelto por la Guardia Civil. Últimamente, asegura que incluso se ha vuelto solo para atrás al ver los golpes que los agentes propinaban a los que cruzaban la frontera con las precarias y artesanales escaleras que confeccionan con palos.

Esa especie de triste juego de la oca, donde cada vez que se acerca a su meta lo envían de vuelta a la casilla de salida, es lo que peor lleva este camerunés de 29 años, que estudiaba Químicas en la Universidad de Duala. «Es lo más duro para mí, haber conseguido cruzar tres veces y que me devolvieran», explica en inglés.

En las tres ocasiones, relata Alfonse, había logrado llegar hasta la ciudad de Melilla. Una de esas veces incluso, cuenta que los guardias civiles le capturaron dentro de la Comisaría de Policía y rasgaron el papel -paradójicamente, la orden de expulsión- que le franqueaba la puerta del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), desde donde algunos son trasladados a la Península después de un tiempo.

Aun así, cada noche se acerca con un grupo de seis amigos a la valla, a unos 3,5 kilómetros del asentamiento en la zona de Mariguari donde duermen. Si se encuentra con más gente, explica, se organizan en el momento para saltar por diversos puntos y aumentar la efectividad. Pero niega que se trate de una estrategia premeditada, casi militar, como describe la Guardia Civil.

También niega Alfonse que en cada asalto participen hasta 300 inmigrantes. Según él, su comunidad, la camerunesa, es la más numerosa, con unos 80 miembros. En total, cree que en el monte quedan unos 150, aunque es difícil de calcular, pues los originarios de cada nacionalidad se agrupan y duermen en sitios distintos.

La frustración de no poder entrar en Melilla resulta para él más dura que dormir entre dos sábanas en el suelo de un bosque, que depender de las ayudas de marroquíes y españoles para lograr ropa y comida, que huir y esconderse de las batidas que realizan la Gendarmería o la Mehanía (fuerzas auxiliares) marroquíes.

Según las cifras oficiales proporcionadas por las autoridades marroquíes, en lo que va de año, 3.979 inmigrantes irregulares han sido detenidos en la provincia de Nador, 711 de ellos en agosto, mes sólo superado por enero, con 1.028. Entre ellos, hay africanos y asiáticos, aunque el mayor número proviene de Camerún (973 este año), Malí (716) y Senegal (381).

Alfonse cuenta que escapó el miércoles de una redada en la que fueron detenidos 89 subsaharianos. No así Mohamed, que contesta el móvil desde Oujda, en la frontera con Argelia, adonde las fuerzas de seguridad marroquíes suelen llevar a los inmigrantes tras pasar por el juzgado de Nador. Ni los tres jóvenes de Malí perseguidos y capturados ayer por la Mehanía al borde de la carretera de Farhana, donde se habían parado a comprar víveres.

Para evitar a las fuerzas auxiliares, que circulan en un camión para bajarse de un salto cuando ven un negro, la entrevista con Alfonse se produce dentro de un coche, en un camino de tierra unos kilómetros más adelante. Acaba de comprar un paquete de harina y otro de turrón, que lleva en una bolsa negra de plástico junto con algo de ropa.

El camerunés relata que le han devuelto a Oujda en cuatro ocasiones. En una de ellas, le rompieron las manos a golpes. A las dos semanas, estaba de vuelta, lo que tardaba en caminar los 160 kilómetros que la separan de Nador. Pero no siempre ha retrocedido a Argelia detenido. El año pasado se fue allí junto con otros compañeros para pasar un invierno más cálido. Otros bajan a las ciudades y barrios de Nador, según cuenta Rachid Hsaine, presidente de la Asociación Anoual, que defiende los derechos de los rifeños y de los inmigrantes africanos. Hsaine explica que los subsaharianos duermen en la calle, cobijados por las paredes de las casas, y reciben la ayuda de los vecinos.

Mientras llega el frío, Alfonse seguirá intentando llegar a Melilla, donde su primer objetivo es aprender bien castellano, que ya chapurrea. También habla francés. Después, quiere aprender un oficio y trabajar para enviar dinero a su padre y sus dos hermanas. Pese a que tiene las ideas muy claras, y no piensa cejar en su empeño, a veces, durante las avalanchas, se echa para atrás. El pasado domingo, cuenta que vio a un compatriota muerto. Entró por su propio pie a Marruecos, pero estaba malherido y se quejaba de heridas internas. Cayó junto a la valla. Cuando Alfonse volvió con otros compañeros para recogerlo, ya había fallecido. «No quiero que me maten a mí», dice Alfonse.


Fuente: CECILIA JAN/EL PAIS