Alrededor de doscientas personas se han concentrado hoy frente a la verja de Gibraltar para exigir el desmantelamiento de la base militar del Peñón, que «es partícipe de ataques convencionales en guerras que consideramos ilegítimas».

Esta concentración forma parte de la campaña contra las bases que comenzó el 30 de octubre con la marcha a Morón, que continuó el pasado día 6 con la marcha a Rota y que ha culminado con esta concentración, siendo la primera que se realiza con este carácter.

En los últimos diez años han accedido al puerto de Gibraltar más de
cuarenta submarinos de Reino Unido y Estados Unidos, muchos de ellos
armados con cabezas nucleares, que han llegado hasta el Peñón para
realizar labores de reparación y avituallamiento, sin ningún tipo de
seguridad para la población de la comarca

Se leyó el manifiesto unitario de la plataforma andaluza contra las
bases y se entregó dicho manifiesto a la policía de aduanas de
Gibraltar, para ser entregado al responsable militar de la base.

En los últimos diez años han accedido al puerto de Gibraltar más de
cuarenta submarinos de Reino Unido y Estados Unidos, muchos de ellos
armados con cabezas nucleares, que han llegado hasta el Peñón para
realizar labores de reparación y avituallamiento, sin ningún tipo de
seguridad para la población de la comarca

Se leyó el manifiesto unitario de la plataforma andaluza contra las
bases y se entregó dicho manifiesto a la policía de aduanas de
Gibraltar, para ser entregado al responsable militar de la base.

En http://www.cgtandalucia.org/Unas-200-personas-exigen-el

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Reproducimos el escrito del periodista J.J. Téllez que fue leído al final de acto:

La historia de la humanidad, en gran medida, siempre fue la historia
de las guerras. Y casi toda la humanidad, casi toda la historia y casi
todas las guerras pasaron por ese territorio al que llamamos Andalucía y
por ese lugar donde se cruzan los mundos al que desde antiguo llamamos
Estrecho de Gibraltar.

Dimos emperadores a Roma, eso es cierto, ¿pero no dimos nada más? La
sangre de la bética empapaba los campos de batalla del imperio. Tarik
cruzó el mar desde África con un largo ejército para fundar Al Andalus. Y
desde Cádiz o Sevilla partieron los conquistadores que acabaron con el
imperio inca o el claroscuro mundo de los aztecas.

Hace quinientos años, a punta de cuchillo nos impusieron la religión
católica como pensamiento único. Hace cuatrocientos, expulsaron a los
moriscos desde el puerto de Cartagena, por no aceptar las costumbres de
los vencedores. Y hace trescientos, durante una guerra civil española,
en Gibraltar ondeó primero la bandera holandesa y luego la bandera
británica de la Union Jack. Pero siempre, entonces o ahora, sobre
Andalucía ondeó la bandera de la muerte. La bandera del absolutismo que
perseguía liberales; la bandera nazi, del fascio o del franquismo, que
fabricaba paredones en las playas de la libertad. Pero también la
bandera de la guerra fría, la de los argentinos en la guerra de las
Malvinas, la de la VI Flota contra Libia, a favor de Irak y en contra de
Irán, en contra de Irak o a favor de Israel, en contra de nuevo de
Libia, tanto tiempo después.

Todas las guerras pasaron por aquí. Y toda la historia. Pero no
siempre supimos ejercer el supremo derecho a la humanidad. El supremo
derecho a no ser rehenes de los intereses de Estado, el supremo derecho
de no vender nuestra seguridad y la de todos por un plato de lentejas,
por un trabajo precario en el astillero del Peñón, por una licencia de
taxi en Rota, por un pisito de alquiler en Morón.

A mediados del siglo XIX, trescientas mil personas vivían del
contrabando con Gibraltar. ¿Por qué? Porque el Estado español les
trataba y nos trataba como prisioneros de guerra, sin derecho alguno,
sin ventanillas burocráticas que nos facilitasen la vida, sin ni
siquiera un puerto donde encontrar refugio. Teníamos que sobrevivir y
eso hicimos.

Como sobrevivimos, a duras penas, durante todas las persecuciones,
durante todas las guerras civiles, durante la primera o la segunda
guerra mundial. Carne de cañón y de metralla, eso fuimos. Y, lo peor del
caso, eso somos.

Hace cincuenta años, por si no fuera poco con la base de Gibraltar,
con sus gobernadores militares de montería en La Almoraima con nuestros
gobernadores militares. Por si no fuera poco con un ejército español que
no ha ganado una sola guerra en los dos últimos siglos, salvo que fuera
en el campo de batalla de los propios españoles. Hace cincuenta años,
por si no fuera poco, el Salvador de España firmó un acuerdo con Estados
Unidos para convertir a la Península en el mayor porta-aeronaves del
Mediterráneo.

Rota y Morón, Torrejón y Zaragoza, se convirtieron en bases de
supuesta utilización conjunta entre Estados Unidos y España, con el
peligro atómico de los Polaris apuntando a medio mundo pero, sobre todo,
al corazón de esta vieja tierra de paz y buenos días, de este mundo que
se queja cantando y que seguramente duerme la siesta para no conciliar
terrores nocturnos como un viejo niño sonámbulo en mitad de una eterna
pesadilla.

Cuando llegó la democracia, se fueron al menos los Polaris. Y
Zaragoza y Torrejón dejaron de ser una huerta atómica con música de
Labordeta o de Miguel Ríos. Pero las escuadrillas hacia la muerte
siguieron despegando de Morón y de Rota, con su estela de sangre en el
chorro a propulsión de sus motores. Desde ese último puerto, zarpaban
las naves del olvido dispuestas a castigar a todos aquellos que osaran
llevar el paso cambiado ante el Pentágono, ante la OTAN, ante los
implacables vigías de Occidente.

Al menos, eso sí, fueron cerrando las guisquerías. Y acabó el ruido
de sables de los golpes de Estado, así que dimos por bueno que las bases
siguieran ahí, que nuestros generales hablaran inglés y que nuestros
soldados viajaran alegres a dar su vida por el Fondo Monetario
Internacional en las agrestes colinas de Afganistán, en busca del
eslabón perdido de Bin Laden.

Año tras año, sólo un puñado de pancartas llegaba a orillas de Rota
o, de tarde en tarde, cuando tronaban bombarderos o reparaban submarinos
amarillos, hasta la falda de Morón o la Verja de Gibraltar. Aquí, junto
a la Roca, hace muchos años, con la frontera cerrada, se paró a mirar
Rafael Alberti. Una multitud le rodeó en seguida y un guardia civil
llegó para echarle: “Dispérsense, les dijo, márchense de una vez”. El
poeta que hace medio siglo le preguntaba a Rota donde estaban sus
huertos, su melón, su calabaza, se quedó mirando al agente y le dijo
cara a cara, yo lo ví, yo lo escuché: “Déjeme que no muerdo. Y si
mordiera esa roca, de su interior sólo saldría sangre, sangre, sangre”.
Eso le dijo Rafael Alberti y en lugar de irse fue el guardia el que se
fue.

Ahora, cuando la base de Gibraltar parece en decadencia, los
submarinos de propulsión o carga nuclear vuelven a pasar por su puerto,
sin que nadie les controle. Ya una vez, con el Tireless, supimos que un
escape nuclear no necesita pasaporte. Pero seguimos sin saber como
impedir que algo así como la central de Fukushima, con periscopio o con
timón, cruce a diario por delante de la Bahía de Algeciras y se quede
con nosotros durante el tiempo que quieran a poner en peligro más de
doscientas mil vidas.

No hay dinero con el que pagar tanto miedo. No hay trabajo con el que
comprar el aire, el futuro, los ojos abiertos de nuestros recién
nacidos.

Ahora, cuando la base de Gibraltar parece en decadencia, la base de
Morón se sigue reforzando. Y tampoco hay dólares suficientes para
amortizar la conciencia de quienes saben que a bordo de los aviones que
cruzan los cielos de sus guitarras de cal quizá lleven presos caminos de
Guantánamo o bombas de racimo con las que cosechar una vendimia de
seres humanos en cualquier lugar del mapa mundial de las masacres.

Ahora, cuando la base de Gibraltar parece en decadencia y la de Morón
se refuerza, la de Rota va a convertirse en el mayor arsenal de Europa,
en la sede al igual que Holanda de un escudo anti misiles que, en
realidad, es un escudo a favor de los misiles, que volverá a traer el
peligro atómico hasta la arboleda perdida de Rafael Alberti y que, en
lugar de defendernos convertirá a nuestra tierra en un lugar de ataque,
en el centro de la diana de los fanáticos y de los visires que quieren
ser califas en lugar de los califas que en lugar de gobernarnos nos
avasallan.

Si Europa está rota, ¿para qué más base de Rota, para qué más
presupuestos militares por un puñado de empleos que probablemente sean
temporales y precarios? ¿Para qué el Africom y el mando central de
Estados Unidos en el golfo pérsico, preparando desde aquí las próximas
guerras contra Irán o contra Siria, en lugar de defendernos del ataque
de los mercados, de la invasión de las primas de riesgo, de la matanza
civil de cinco millones de parados?

Si la mayor guerra que libra el continente europeo debiera ser contra
la dictadura de la contención del déficit, contra la división acorazada
de los intereses bancarios, contra la Europa de las bolsas en lugar de
la Europa de los pueblos, ¿para qué tanta fragata en Punta Europa, para
qué tanta Royal Navy junto a la armada real de nuestros pueblos, a los
que sólo debería preocupar los misiles crucero de la alegría, la
artillería constante de un sueldo digno y la sala de banderas de la
dignidad.

A la paz, hermanos.

Contra Gibraltar, no, contra la base británica que nos pone en
peligro a todos los ciudadanos del mundo que vivimos a cien millas a la
redonda.

Contra Rota y Morón, tampoco. Contra el Estado español que sigue
poniendo nuestra tierra al servicio del poder a mano armada, sea propio y
extraño, sea gringo o fuere de donde fuere.

Ignoro si nuestros adversarios están entre los desesperados, entre
los que se agarran al clavo ardiendo del fanatismo porque no tienen
democracia que les defienda. Pero estoy seguro de que nuestros
verdaderos enemigos están en nuestra retaguardia, en las trasnacionales
que trafican con nuestros sueños y con nuestro salarios, en una
globalización entendida a la medida de los mercaderes, en una jauría de
lobos que se quedó primero con nuestros sueños, luego con nuestro dinero
y, ahora, como ya se decía antiguamente, van a por el cambio, para que
nada cambie y que todo siga igual.

A la paz, hermanos.

Desarmemos los cañones de la avaricia y apuntemos a nuestros gobernantes con el bocajarro de la razón.

Contra la idea de la violencia, la violencia de la idea. Aquí, junto a
Gibraltar, en Rota o en Morón, en el corazón de Andalucía. Que los
navíos de guerra auxilien del naufragio a los viajeros a ninguna parte
de las pateras, que los escudos antimisiles nos protejan en realidad de
las agencias de rating y que el ejército de salvación salve si es que
puede lo que queda del estado del bienestar y de esas viejas palabras,
libertad, igualdad y fraternidad, que no hace mucho encarcelaron en
Guantánamo. Y que, aquí junto al Peñón que habla tantos idiomas pero al
que nadie le enseñó nunca el idioma de la paz, la palabra submarino sólo
recuerda a una hermosa canción de Los Beatles.

A la paz, hermanos, cantad conmigo: Amarillo, submarino es, amarillo es, amarillo es…

http://www.canalsur.es/portal_rtva/…

http://www.youtube.com/watch?v=rTR_…


Fuente: CGT Cádiz