Artículo de opinión de Santiago Herranz Castro, yay@gaitassalamanca

Cuando los argumentos son pobres, inventados o machaconamente repetitivos se acude a la descalificación de quien disiente de la postura que trata de imponer una supuesta ortodoxia economicista, o al calificativo grandilocuente, heroico, trasnochado, vacio y pueril: valentía consiste ahora en tocar las pensiones a la baja.

Cuando los argumentos son pobres, inventados o machaconamente repetitivos se acude a la descalificación de quien disiente de la postura que trata de imponer una supuesta ortodoxia economicista, o al calificativo grandilocuente, heroico, trasnochado, vacio y pueril: valentía consiste ahora en tocar las pensiones a la baja.

No existe un recorte sano, quirúrgico, así nos quieren vender el del PSOE y compañía del 2011; y otro sangrante y desastroso, el del PP del 2013, este con menos compañía. Ni la compañía dulcifica y legitima el recorte del 2011, ni la soledad respalda el del 2013. Ambos recortan el sistema público de pensiones, ambos atentan contra derechos de ciudadanía fundamentales.

En el 2011 y ahora, se trata de retrasar la edad de jubilación y de ampliar el período de cotización para que la pensión resultante sea menor. En el 2013 y ahora, se quiere acabar con uno de los principios del sistema público de pensiones, el que demanda que exista una continuidad en las rentas, el que marca el art. 50 de la constitución: «Los poderes públicos garantizarán, mediante pensiones adecuadas y periódicamente actualizadas, la suficiencia económica a los ciudadanos durante la tercera edad». Tras la pantalla difusa de eso que llaman Europa, cuando quieren decir poderes económicos trasnacionales, se intenta justificar que actualizar las pensiones al IPC supone poner en cuestión la salud de la economía del país, «Europa no lo permitirá». Se aleja el foco de la responsabilidad, se externaliza, y aquí paz y después a votar, ya da igual, las decisiones se toman fuera.

Ya no cuelan los subterfugios ligústicos que disfrazan este afán por reconvertir un derecho de ciudadanía en un nuevo producto del mercado. Ni la supuesta bondad de la mochila Austriaca, ni el engañoso cientifismo de las cuentas nocionales, ni la supuesta «solidaridad» del factor de equidad intergeneracional en un país que encabeza las cifras de paro juvenil de la OCDE, ni el comodín del denominado factor de sostenibilidad que para todo vale, menos para mantener el poder adquisitivo de las pensiones, ni…

Toda esta parafernalia urge imponerla ahora que se está a las puertas de cerrar acuerdos en ese «apaño» denominado Pacto de Toledo, donde los poderes económicos de la mano de los mediáticos, redoblan sus esfuerzos para, digámoslo claro, frenar el «gasto» que ahora suponen las pensiones, imponer unas condiciones leoninas a la hora de acceder en el futuro a las mismas y potenciar el sistema complementario, el privado, es decir, derivar recursos del sistema público de pensiones a la selva del mercado, al sálvese quien pueda y tenga.

Desde los medios neoliberales, en múltiples artículos, se demanda al poder político que sea valiente, que baje las pensiones, que eleve la edad de jubilación y, como colofón, que potencie los planes privados de pensiones.

Nos remiten a esa especie de épica carca y cutre que nos conduce a lo más profundo del far west, al duelo al sol, donde el pistolero híper hormonado de testosterona al whyski, sin hielo, se afana en un proceso sin fin de mascar tóxico neoliberal y escupir miseria y mala baba hasta el disparo final.

Invitar a esa cobarde valentía, utilizando su simplista sensibilidad unidireccional, donde la única salida posible es hundir, aún más, a quienes ya tienen el agua al cuello, es tan injusto como miserable.

Redistribuir la riqueza, perseguir el fraude fiscal y la economía sumergida, potenciar el bien común, poner en práctica los derechos humanos, los de ciudadanía, trabajar a favor de la justicia social, eso es ya otra película, un guión indescifrable para quien solo ve y escucha los cantos de sirena que dicta e impone el mercado.

Santiago Herranz Castro

yay@gaitassalamanca

 


Fuente: Santiago Herranz Castro