La revista de debate libertario Presencia, editada en el exilio frances, ya está disponible para ser leida, consultada y disfrutada gracias a los compañeros del CEDALL (Centre de Documentació Antiautoritari i Llibertari). Podéis consultar todos sus números aquí.

De momento os ofrecemos uno de sus interesantes artículos, cuyo autor es nuestro querido Octavio Alberola.

Sobre el dogmatismo antimarxista

En las webs alasbarricadas y Kaos se ha repoducido un artículo, del compañero argentino Edgar Emilio Rodríguez, aparecido en el segundo número de la revista Presencia, de fecha enero-febrero de 1966, que lleva por título: La «herejía» del materialismo histórico: acabemos con el dogmatismo antimarxista.

Sobre el dogmatismo antimarxista

En las webs alasbarricadas y Kaos se ha repoducido un artículo, del compañero argentino Edgar Emilio Rodríguez, aparecido en el segundo número de la revista Presencia, de fecha enero-febrero de 1966, que lleva por título: La «herejía» del materialismo histórico: acabemos con el dogmatismo antimarxista.

Al final del artículo, su transcriptora, Carmén Sánchez, ha puesto una Nota biográfica del autor (fallecido hace unos años en España), que permite situarlo como activo militante en los medios libertarios españoles, del interior y del exilio, en aquellos años, además de ser también uno de los fundadores de la revista Presencia que comenzaron a editar en París un grupo de jóvenes y viejos militantes libertarios.

Lo que no indica la transcriptora es que ese artículo salió, en ese número (*) de Presencia, con otro artículo abriendo una sección, «Polémica» que comenzaba precisando lo que sigue: «Abrimos esta sección con dos trabajos que, de seguro, suscitarán reacciones opuestas por su carácter, aparentemente contradictorio. Sin embargo, el punto de mira de nuestros dos colaboradores es el mismo: acabar con el dogmatismo que ha frustrado una unidad efectiva y necesaria de todos los hombres que se reclaman de una izquierda revolucionaria auténtica. En los próximos números esperamos incluir nuevas colaboraciones que permitan ir desarrollando, por medio de una confrontación positiva de ideas y posiciones, este objetivo fundamental».

Es de lamentar que no se haya especificado el contexto en que salió el artículo del compañero Rodríguez; pues no sólo hay que situarlo en aquel contexto sino también la posición del grupo redactor de la revista, ampliamente coincidente en la necesidad de acabar con los dogmatismos antimarxista y antilibertario en aquellos momentos en que debería haber primado la lucha contra la dictadura franquista.

Por haber sido uno de los fundadores de Presencia, revista de debate libertario, junto con Emilio y otros compañeros y compañeras, y además autor del otro artículo, me permito reproducirlo a continuación. 

El neomarxismo y el dogma

El marxismo, como doctrina económica, filosófica y política, se ha extendido – si no prácticamente si por lo menos oficialmente – por los cinco continentes. En los círculos intelectuales, en las universidades y, en muchos países, en toda la estructura burocrática del poder estatal, el materialismo histórico de Marx constituye hoy materia de estudio académico y dogma infalible para la explicación y resolución de los complejos problemas de la sociedad.

Poco a poco, el marxismo ha sido objeto de un reconocimiento de más en más extenso. Escritores, pensadores y políticos de izquierda y de derecha, ateos y creyentes, han comenzado a valorizar las concepciones fundamentales del materialismo histórico y a compaginar sus posiciones políticas y sus creencias filosóficas o religiosas con una afirmación satisfactoria del «materialismo científico».

En España, el fenómeno ha tenido, como era de esperar por la persistencia de la dictadura, repercusiones considerables. El régimen consideró útil declarar al marxismo doctrina oficialmente reprobable, y, con ello aumentó considerablemente su poder de atracción sobre las nuevas generaciones de intelectuales.

En sus nombre, liberales y ex-integristas, «revolucionarios» y partidarios de la «reconciliación nacional», y hasta simples novelistas…, descubren hoy su inconformismo político (?) y encubren su pasiva actitud frente a la dictadura.

Quizás nunca habían sido tan afirmadas las tesis marxistas en libros, periódicos, revistas y declaraciones, como lo son hoy por esta nueva ola de marxistas, de izquierda y de derecha, que pretenden, dentro y fuera del país, interpretar nuestra realidad y marcar los caminos para su superación con los conceptos y esquemas clásicos del marxismo.

Esta renovada inquietud y necesidad de afirmar y afirmarse en las teorías marxistas, que va desde las declaraciones y tesis de un Tierno Galván hasta los intentos de formación de organizaciones (FLP) y grupos políticos disidentes del Partido Comunista – pero reclamándose marxistas auténticos -, coincide, precisamente, con unas circunstancias excepcionales : la aparición, como fuerza, del «Tercer mundo» en la escena política internacional, la instauración de la «sociedad de la abundancia» en muchos países del occidente desarrollado, la profunda crisis que sacude todos los confines del campo comunista mundial y la lenta pero progresiva desintegración moral de la dictadura franquista.

Esta coincidencia, de causas tan excepcionales, no tendría mayor significado e importancia si no diera lugar, como veremos, a poner en flagrante evidencia y contradicción el dogmatismo y el conformismo de todo lo que hoy se reclama en nuestro país del marxismo de partido, y en serias dificultades teóricas y prácticas a los grupos de sinceros marxistas excomulgados.

Veinticinco años de dictadura han impuesto a nuestra vida cultural, política y social, formas de expresión rutinarias y de un formalismo decadente, que no sólo han paralizado la innovación espiritual sino que han adormecido toda inquietud política popular. El culto del Imperio, de los «valores eternos», de los «maestros» elevados a la categoría de Ídolos del 98, y de sus discípulos oficiales actuales, ha sido el pan nuestro de cada día durante todo este largo periodo. Todo esto junto a un clima de terror policíaco que salvaguardaba las sacrosantas tumbas y los altares del culto oficial con un celo político inigualable. La consecuencia de este ambiente, de cementerio espiritual y material, no podía ser otra que el empobrecimiento del espíritu crítico y una tendencia al escapismo formalista-teorizante.

Las convulsiones del mundo exterior han tenido, pues, escasa repercusión en el seno de la sociedad española y, particularmente, en los círculos de intelectuales de izquierda. El escapismo común a estos círculos ha sido – era de esperar – la teorización marxista, con sus ribetes de exaltación folklórico-verbal del castrismo, del bembelismo, etc.

Inconscientemente se ha caído, por repulsión al antimarxismo oficial, en la exaltación simple y pura del «marxismo teórico», sin detenerse a comprobar la vigencia de las tesis y los esquemas marxistas clásicos a la luz de las recientes experiencias históricas.

Muchos de nuestros intelectuales han pasado, así, de un estado de exaltación dogmática de derecha a uno de izquierda. Todo y combatiendo, en base a un aparente rigorismo científico, los otros dogmatismos de izquierda : principalmente los del liberalismo, que se afirma está fuera de moda, e ignorando consciente o inconscientemente la profunda experiencia revolucionaria del 36 frustrada por el intervencionismo extranjero.

Pero, sin pretender minimizar lo que de valía hay en el método de análisis marxista de la sociedad capitalista, veamos brevemente los apuros en que se encuentra actualmente una de las tesis clave del materialismo histórico, que los epígonos del marxismo habían elevado a la categoría de dogma: nos referimos, claro está, al papel de la economía como fuerza determinante dentro de las estructuras y la dinámica de las formaciones sociales.

Como todos los movimientos ideológicos de ese género, el marxismo no sólo se ha dado una doctrina sino que se ha considerado como el resultado final necesario de toda la historia humana, cuya columna vertebral es la «historia económica».

Con un criterio bastante simplista y generalizador, pese a su pretendido rigorismo cientificista, el marxismo afirmaba, como conclusión final del materialismo histórico, que la humanidad había pasado por «cinco modos de producción» : el comunismo primitivo, la esclavitud antigua, el feudalismo medioeval, el capitalismo y el socialismo que, finalmente, desembocaría en el comunismo.

Este fatalismo histórico fue llevado a sus límites dogmáticos más extremos por el estalinismo, que lo elevó a la categoría de ley histórica infalible en sus catecismos.

Mientras duró el periodo estaliniano, poco marxistas se atrevieron, dentro o fuera de Rusia, a poner en discusión este esquema fundamental del materialismo histórico, pese a no desconocer los resultados de serias investigaciones científicas en el dominio de la historia económica, y pese también a que las propias experiencias históricas que se estaban viviendo lo ponían seriamente en tela de juicio.

Actualmente, pasado el terror estaliniano – denunciado hoy por todos los marxistas, menos por los chinos – han comenzado a aparecer obras teóricas (Lukacs, Kosik, Horsch, Gramsci y algún español) en las que se procede a un replanteamiento y a una revisión de las principales tesis del marxismo clásico. Se pretende, y hay que felicitarse de ello, no sólo poner al día la doctrina – al igual como lo está haciendo la Iglesia – sino superar las flagrantes contradicciones entre las deducciones teóricas y las realidades de la praxis reciente.

Porque ahora, denunciado el despotismo estaliniano, resulta difícil de explicar, a la luz del materialismo histórico, que una estructura económica socialista haya podido dar como resultado no el hombre «económico-socialista» – no ya el comunista – sino el Estado estalinista (todavía no superado, aun tomando en cuenta el periodo de «deshielo» krutcheviano muy parecido a nuestra «liberalización») con sus «nefastas consecuencias» en todos los dominio de la actividad cultural, política y económica de la sociedad rusa.

Las insuficiencias y deficiencias de los análisis marxistas, que en muchos casos se han presentado con un dogmatismo tan repelente y negativo como los dogmatismos de las doctrinas idealistas, se han puesto nuevamente en evidencia al interpretar los actuales procesos de descolonización – tan parecidos a los que en su tiempo afrontara la América latina – y de aparición de la «sociedad de la abundancia» en algunas naciones capitalistas superdesarrolladas.

Así, son hoy los propios intelectuales marxistas del Occidente – que no están sujetos a presiones oficiales de Estados «marxistas» – los que denuncian las exageraciones dogmáticas del marxismo doctrinal.

Nuestros «intelectuales marxistas» también se ha adherido a este movimiento de revisión y renovación del «marxismo de papá» (véase Cuadernos de Ruedo Ibérico y algunas obras recientes), que yo no se quiere presentar con el fatalismo del materialismo histórico de antaño.

Así se dice ahora: «Si examinamos sin prevenciones el materialismo histórico – tal como resulta de los textos de Marx y Engels – debemos reconocer que n se trata de un materialismo sino de un verdadero humanismo, que pone en el centro de toda consideración y discusión el concepto del hombre. Es un humanismo realista (reale Humanismus), como lo llamaron sus propios creadores, que aspira a considerar al hombre en su realidad efectiva y concreta… El marxismo afirma una filosofía activista, voluntarista, dinámica, la filosofía de la praxis, que es exactamente lo más opuesto que pueda darse al materialismo, pasivo, mecanicista, estático». (Rodolfo Mandolfo, en «El humanismo en Marx»)

Este esfuerzo, de dar al marxismo una más amplia profundidad conceptual, situándolo como un motivo de especulación filosófico-humanista, corresponde, como decíamos antes, al desenlace del proceso de concentración capitalista en los países del Occidente desarrollado, en los que se va entrando paulatinamente en la etapa de la «sociedad de la abundancia» capitalista… Todo lo cual va teniendo repercusiones insospechadas en las masas, y, por ende, en las líneas y actitudes políticas de los propios movimientos marxistas de esos países.

El mito de la proletarización – con todos sus atributos revolucionarios y como resultante del proceso de industrialización – ha sido completamente abandonado; pues, en la práctica, el resultado ha sido completamente contrario a lo que la teoría marxista había previsto. Además, agregando a esto la tendencia actual a la estructuración tecnológica que obliga progresivamente a volver a conceptuar la idea del proletariado y sus aspiraciones, se comprende que los actuales teóricos del marxismo se hayan visto obligados a hacer una denuncia seria y valiente e los dogmatismos que lo habían estancado como doctrina y praxis social.

La práctica inexistencia o escasa influencia política de los partidos comunistas en los países del mundo occidental – sin que represente gran cosa la existencia de millones de afiliados a estos partidos en Francia e Italia – ha dado origen, junto al pánico a la recaída en el estalinismo, a diversas posiciones y opciones de parte de destacados teóricos del movimiento marxista europeo que no se resignan a la simple repetición del doga. Entre otros el polaco Kalokowski, el húngaro Lukacs y el alemán (Alemania oriental) Havemann, que defiende, afrontando la persecución policiaca del régimen de Pankow, la «democratización del comunismo».

Havermann se enfrenta a realidades históricas que han evidenciado lo equívoco del dogmatismo marxista (la caída de la República de Weimar y el periodo estalinista) y concluye : «¡Y todavía hay quien nos dice que, en posesión de las teorías marxistas, se puede prever el curso de la historia como la marcha de un reloj'»

Esta sinceridad y esta inquietud teórica parecen tener, como decíamos antes, una influencia saludable en parte de los jóvenes intelectuales marxistas ce nuestro país, aunque hasta ahora no parecen haber sacado todas las consecuencias lógicas de las transformaciones político-sociales que se han ido operando dentro y fuera de España en el último cuarto de siglo.

Principalmente las derivadas de las prácticas revolucionarias en los procesos de descolonización, que han sido cantadas; pero que no han tenido la virtud de estimularles a pasar del estadio de la especulación teorizante al de la praxis revolucionaria : para transformar las realidades objetivas de nuestra sociedad moldeada por la dictadura, con demasiada impunidad, por esta carencia revolucionaria de la izquierda española.

Celebramos, de cualquier modo, el comienzo de la desmitificación de los dogmas que habían paralizado hasta ahora la acción de una izquierda que, en lo físico y en lo espiritual, había comenzado a envejecer peligrosamente. Sólo si se acaba con el dogmatismo de uno y otro lado podrá llegarse a una síntesis teórica y a una praxis revolucionaria común a todos los sectores de una izquierda autentica. Para ello, es necesario repetirlo, no es suficiente con denunciar los excesos dogmáticos, aunque sea ya un buen comienzo:

“En esta metafísica de la totalidad ha caído, a veces, el marxismo, lo que le ha valido la severa crítica del positivismo moderno y, más justificadamente, la de Sartre. Pero es sobre todo bajo el estalinismo cuando esa escolástica llega a gangrenar completamente el pensamiento marxista (en su sector comunista), convirtiéndolo en un catecismo de totalidades abstractas y anticientíficas que, en vez de derivarse de un análisis científico de los hechos, son a menudo simple emanación justificatoria de las decisiones del Comité Central o, más concretamente, de su secretario general.” (Francisco Fernández-Santos, en “Marxismo como Filosofía”. – Cuadernos de Ruedo Ibérico).

“Comprendo que, en multitud de casos, los medios para una revolución, para una acción, pueden ser duros, apretados, pero los medios no pueden deformar el fin impuesto. A partir del momento en que el fin se ve deformado por los medios, hay que decirlo.” (Sartre, en sus declaraciones a Cuadernos de Ruedo Ibérico).

Por eso, aplicando la norma a nuestro caso concreto, España, añadimos:

“En contra de lo que ingenuamente pudiera suponerse el daño no es privativo de los sectores “liberales”. La misma inhibición, el mismo conformismo prosperan en el campo marxista. Contagiados de la prudencia del ambiente y el respeto enfermizo a los valores consagrados, los escritores adictos a dicha ideología se limitan en muchos casos al comentario y paráfrasis de los clásicos del materialismo histórico: sus ensayos, por lo general, traslucen un empacho de lecturas mal digeridas y una repetición exhaustiva de las tesis de los maestros, sin ninguna aportación original. En lugar de aplicar la dialéctica del marxismo al análisis de los problemas culturales y estéticos de la actual sociedad española trasplantan mecánicamente a ésta conceptos y esquemas que, cercenados de la realidad histórica y social en que surgieran, resultan infecundos e inoperantes. Desconociendo voluntaria o involuntariamente las perversiones teóricas y prácticas del marxismo durante los últimos cincuentas años obran y escriben todavía en 1965 como si la abolición de la propiedad privada de los medios de producción anulara automáticamente la explotación del hombre por el hombre, la distinción entre trabajo enajenado y no-enajenado, las jerarquías y diferencias de clase y de función. Un respeto formal a la letra de la doctrina sustituye el libre examen de ésta. Como entre los “continuadores” del Noventa y Ocho el miedo a la herejía retrae y paraliza la crítica. El espectro de los teólogos e inquisidores oscurece el horizonte. A la postre los ídolos son distintos y la esterilidad idéntica“. (Juan Goytisolo, en Cuadernos de R.I.).

¡Acabemos, todos, con los dogmatismos y el conformismo general de la izquierda que se pretende revolucionaria!

Octavio ALBEROLA 

(*)http://www.cedall.org/Documentacio/Revistes/PRESENCIA/PRESENCIA%2002%20-%201966%20ene-feb.pdf