Artículo de opinión de Antonio Pérez Collado, CGT País Valencià i Murcia

Casi olvidadas ya las largas y fastuosas jornadas de funerales por la reina Isabel II, nuestras cadenas de televisión han echado el resto para contárnoslo todo sobre el óbito y los entierros de Pelé y Benedicto XVI; en su día rey del balón uno y papa de Roma el otro, pero eméritos los dos en el momento de su muerte. Pese a esa condición de ilustres jubilados el despliegue mediático ha sido de los que hacen historia.

Estrenando ya el nuevo año en nuestro país hemos tenido otro fallecimiento de un personaje muy conocido, que ha quedado un tanto eclipsado por su coincidencia temporal con los sepelios televisados desde Brasil y El Vaticano. Nos referimos, evidentemente, a la muerte del dirigente sindical y socialista Nicolás Redondo. Aunque a la desaparición del sindicalista de la UGT no se la ha concedido el espacio que han tenido los funerales del papa Ratzinger o de Edson Arantes do Nascimento, lo cierto es que la mayoría de los principales diarios le han dedicado varias páginas y todos los líderes políticos han alabado su figura; unanimidad que sólo resulta explicable -vista la permanente gresca entre unos y otros- por la tabla rasa que la muerte suele representar a la hora de que los demás valoren nuestra trayectoria por este valle de lágrimas.

Pero a pesar de las dudas que podamos tener sobre la sinceridad de los alagos de Núñez Feijóo (PP) y Antonio Garamendi (CEOE) lo cierto es que la desaparición de Nicolás Redondo merece una reflexión sobre su papel clave en muchos de los acontecimientos acaecidos entre el final del franquismo y los primeros años de la transición, especialmente sobre su compromiso con la línea oposiora que la UGT y el PSOE habían mantenido durante la dictadura.

Estamos hablando de un sindicato socialista heredero de tantos y tantos ugetistas que dieron su vida en la revolución de Asturias (1934) y que a lo largo de la guerra civil confluyeron en muchos lugares con la CNT para colectivizar campos y fábricas e iniciar una revolución a la que el gobierno republicano temía más que al propio Franco.

Nicolás Redondo, al frente de la UGT y junto a millones de obreros y al resto del sindicalismo de clase, se opuso a las primeras reformas laborales del gobierno de Felipe González con huelgas generales tan rotundas como la del 14-D de 1988. Esa etapa concluye con la dimisión de Redondo como secretario general ugetista en 1994, motivada por el escándalo de la PSV, la cooperativa de viviendas montada por el sindicato, y que -según gentes algo desconfiadas- fue aireado por un periódico muy afín al gobierno del PSOE como una operación para cargarse al líder ugetista. La venganza tiene bastantes visos de autenticidad si recordamos que años antes Pilar Miró sufrió una maniobra parecida para obligarla a dejar la dirección de RTVE.

Siete años antes CC.OO. también había apeado de la secretaría general a Marcelino Camacho, un destacado sindicalista metalúrgico y comunista de la vieja guardia. Eran nuevos tiempos y tocaba enterrar la lucha de clases que estos veteranos obreros manuales se empecinaban en reivindicar, aunque solamente fuera como lema para manifestaciones y piquetes. Los que habían pactado el cambio sin cambiar lo esencial también habían dispuesto que el sindicalismo abandonara la asamblea y la barricada y se centrara en el diálogo y el consenso.

Se acercaban los tiempos de los agentes sociales, de los recortes pactados, de los contratos temporales, de la precariedad y los aumentos salariales negativos (eufemismo cumbre del pensamiento ultraliberal) y de más reconocimiento institucional y más privilegios para las organizaciones sindicales que no tuvieran inconveniente en renunciar a sus principios fundacionales.

Es por eso por lo que considerando que la trayectoria militante de Nicolás Redondo tiene, como la de cualquier otra figura histórica, sus luces y sus sobras podemos afirmar que su compromiso de lucha y su entrega a unas ideas queda muy por encima de las de sus sucesores en el liderazgo de los sindicatos del diálogo social permanente.

Antonio Pérez Collado, CGT País Valenciano y Murcia


Fuente: Gabinete de Comunicación de la Confederación General del Trabajo del País Valenciano y Murcia